¿Cómo mide el tiempo nuestro cerebro?

Tenemos órganos específicos para los 5 sentidos, pero ningún órgano sensorial para el sentido del tiempo. A pesar de que este determina la mayoría de los comportamientos humanos, aún no existe claridad de cómo, diferentes partes del cerebro trabajan juntas para producir una sola representación del tiempo.

A lo largo de la evolución, los organismos vivos, incluidos los humanos, han desarrollado múltiples cronometradores biológicos para llevar un registro del tiempo, los que difieren entre sí en la escala de tiempo que miden y en los fenómenos a los que están sintonizados. Por ejemplo, sincronizamos nuestra actividad circadiana principalmente con los ciclos de luz y oscuridad, a través de la foto-recepción ocular que transmite señales al núcleo supraquiasmático (pequeña estructura formada por aproximadamente 20.000 neuronas) en el hipotálamo. Este mecanismo regula persistentemente una variedad de ciclos de sueño-vigilia, que ayuda a los organismos a adaptarse a los ritmos de un día (cronobiología). Sin embargo, independientemente de la luz, la posición del sol en el cielo, o si disponemos de un reloj de pulsera, los humanos de alguna manera podemos calcular cuánto tiempo ha pasado, por ejemplo, desde que comenzaste a leer esta nota.

Es una sensación compartida que el tiempo parece volar cuando nos estamos divirtiendo y ralentizarse cuando estamos aburridos. La diferencia entre cómo pasa el tiempo físico (que se puede medir con un cronómetro o reloj, también llamado tiempo objetivo) y cómo lo experimentamos, es decir, la forma en que las personas sienten que pasan los minutos y las horas (tiempo subjetivo) es el objeto de estudio de la cronometría mental.

Existe una sorprendente diversidad de modelos psicológicos y neurofisiológicos de «percepción del tiempo» que estructuran el debate sobre cómo y dónde se procesa el tiempo en el cerebro. A pesar de que esta capacidad es esencial y omnipresente para el comportamiento diario, desde cuestiones tan simples como decidir si esperas el ascensor o usas la escalera, hasta las más complejas que aseguran nuestra supervivencia, no se han establecido respuestas concluyentes respecto a qué sustratos neuronales y qué tipo de procesos neurofisiológicos podrían explicar cómo juzgamos la duración de una experiencia.

Existe consenso en que nuestro sentido del tiempo no está centralizado y las investigaciones actuales se concentran en comprender cómo las neuronas y distintas regiones cerebrales subyacen a los cálculos temporales que le dan forma a nuestro “reloj interno”. El cerebelo, el hipocampo, las cortezas frontales (motora suplementaria, prefrontal dorsolateral), la corteza parietal derecha y los ganglios basales (grandes estructuras neuronales ubicadas en la profundidad de los hemisferios cerebrales y participan del control motor, emocional y cognitivo) son algunas de las regiones cerebrales que parecen estar involucradas en el cronometraje subjetivo interno. Pero existe una complejidad adicional en la investigación, los datos indican que, además, la percepción del tiempo sería la suma de los estímulos externos asociados con los procesos cognitivos y los cambios ambientales, y, por lo tanto, puede cambiar según el estado emocional, el nivel de atención, la memoria y las enfermedades.

Un aspecto interesante de la investigación se centra en los fenómenos de hiper o subestimación temporal. En condiciones de estrés extremo y potencialmente mortal, como un robo o un accidente automovilístico, las personas a menudo informan una distorsión temporal, indicando que los eventos pasaron en “cámara lenta”, como si el tiempo fuera más lento. Estas experiencias resultan críticas para la subsistencia, ya que, en circunstancias extremas, pequeñas variaciones en el comportamiento pueden significar la diferencia entre la supervivencia y la extinción. Hace más de una década un equipo de investigadores se preguntó si este fenómeno se debía a un aumento de la resolución temporal durante el evento o, en cambio, sólo correspondía a una ilusión al recordar un evento emocionalmente relevante.

Para descubrirlo, el equipo utilizó una torre de aproximadamente 31 metros de altura, desde donde voluntarios se lanzaron en caída libre para aterrizar en una red de seguridad. Los voluntarios no tenían arneses o líneas de seguridad (detalle suficiente para generar miedo). La caída tenía una duración aproximada de tres segundos. El equipo pidió a los voluntarios que ya se habían lanzado, que estimaran cuánto tiempo tardaron en caer y golpear la red, usando un cronómetro para marcar lo que sentían que era una cantidad de tiempo equivalente. Posteriormente les solicitaron que vieran a otras personas caer y estimaran el tiempo transcurrido. Los voluntarios estimaron que su propia caída duró aproximadamente un tercio más que las caídas de otros voluntarios.

Para ver si esto significaba que las personas en peligro podían ver y percibir con mayor resolución temporal (en cámara lenta), el equipo de investigadores desarrollaro un dispositivo llamado «cronómetro perceptual» que se ajustaba a las muñecas de los voluntarios. Este dispositivo tenía una pantalla que parpadeaba. Los científicos podían ajustar la velocidad a la que aparecían los números en la pantalla, la idea era aumentar la velocidad del parpadeo hasta que fuera demasiado rápido para que el sujeto lo leyera mientras lo miraba en un estado mental no estresado. El razonamiento de los investigadores era que, si el miedo realmente acelera nuestra tasa de percepción, una vez que los voluntarios estuvieran aterrorizados por la caída libre, deberían poder distinguir los números en la pantalla. Al final resultó que los voluntarios no podían leer los números a velocidades más rápidas de lo normal. Eso significa que el miedo en realidad no acelera nuestra tasa de percepción o procesamiento mental. En cambio, nos permite recordar lo que experimentamos con mayor detalle. Dado que nuestra percepción del tiempo se basa en la cantidad de cosas que recordamos, las experiencias de miedo parecen desarrollarse más lentamente.

Esta ilusión explica por qué el tiempo parece acelerarse a medida que crecemos. Durante la niñez generamos recuerdos detallados para todas las experiencias; cuando crecemos, pocas cosas nos resultan novedosas (hemos visto todo antes) por lo que elaboramos menos recuerdos. Por lo tanto, cuando un niño mira hacia atrás al final de las vacaciones de verano, tiene la impresión de que duraron un largo tiempo; los adultos en cambio piensan que las vacaciones pasaron volando.

Mientras más memorias (recuerdos) tengas de un evento, más tiempo creerás que duró. Esto podría explicar también por qué en la actual pandemia por la COVID-19 la gente tiene la sensación de que ha pasado mucho tiempo, a pesar de que solo han pasado dos meses desde el inicio del brote. La gran cantidad de información, con noticias y sucesos que ocurren uno tras otros, no hacen acumular muchos recuerdos que crean la ilusión de que ha transcurrido un tiempo más largo. Desde hace mucho se sabe que una parte del cerebro llamada hipocampo es de vital importancia para recordar experiencias pasadas y también cierta información temporal. Las personas con daños en su hipocampo pueden recordar con precisión el paso de cortos períodos de tiempo, pero esta capacidad se deteriora al recordar largos intervalos de tiempo.

Por otro lado, el estado emocional también afecta nuestra representación del tiempo, los estudios indican que personas bajo estrés, ansiedad o depresión, tienden a percibir que el tiempo pasa más lento. Lo contrario sucede en estados con un alto nivel de motivación o al experimentar emociones positivas, donde el tiempo parece transcurrir rápidamente, porque en estos estados se reducen nuestros procesos de memoria y atención, ayudándonos a cerrar pensamientos y sentimientos irrelevantes.

La dopamina está relacionada con las sensaciones amorosas, la motivación, la recompensa y en general, los sentimientos agradables. Algunos estudios sugieren que cuando disfrutamos una experiencia sentimos que todo pasa más deprisa, por lo que la dopamina junto con hacernos sentir bien también alteraría nuestra percepción del tiempo. Por ejemplo, personas con Enfermedad de Párkinson sienten que el tiempo pasa más lentamente, lo que estaría causado por el claro déficit de dopamina que sufren, debido a las pequeñas lesiones cerebrales que padecen. Otras investigaciones han establecido que los neurolépticos, que bloquean receptores de dopamina D2, disminuyen la velocidad de “reloj interno”, mientras que fármacos estimulantes, como la metanfetamina, que estimula receptores de dopamina D1 y D2, la aumentan.

Aunque sabes cuándo detener tu ducha matutina, o cuando volver a tus labores después de esa pausa de café, sin tener que mirar la hora en algún dispositivo, aún el complejo “reloj” del cerebro que explica nuestro sentido del tiempo sigue siendo un misterio sin resolver.

Referencias

  1. Fontes, R., Ribeiro, J., Gupta, D. S., Machado, D., Lopes-Júnior, F., Magalhães, F., Bastos, V. H., Rocha, K., Marinho, V., Lima, G., Velasques, B., Ribeiro, P., Orsini, M., Pessoa, B., Leite, M. A., & Teixeira, S. (2016). Time Perception Mechanisms at Central Nervous System. Neurology international, 8(1), 5939. https://doi.org/10.4081/ni.2016.5939
  2. Wittmann M. (2009). The inner experience of time. Philosophical transactions of the Royal Society of London. Series B, Biological sciences, 364(1525), 1955–1967. https://doi.org/10.1098/rstb.2009.0003
  3. Stetson, C., Fiesta, M. P., & Eagleman, D. M. (2007). Does time really slow down during a frightening event?. PloS one, 2(12), e1295. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0001295
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