Covid-19: ¿Los Estados pueden contribuir al pánico colectivo?

Publicado : 21 abril de 2021

Un nuevo estudio explica cómo el Estado moderno influye en el desarrollo y el alcance de la histeria de masas y crea consecuencias negativas para la salud pública.

Las epidemias de histeria de masas se han registrado desde la Edad Media y continúan golpeando hasta hoy. En el año 1374 en numerosas ciudades medievales esparcidas a lo largo del valle del río Rin, cientos de personas sufrieron estallidos espontáneos de movimientos incontrolables, no podían dejar de bailar hasta caer exhaustos o incluso hasta morir, este episodio a menudo se cita como uno de los primeros casos conocidos de «histeria en masa».

Recientemente un miembro del equipo de especialistas del Bío Bío, que confirmó el primer caso de coronavirus en Chile, declaró a un medio nacional: “Partimos analizando algunas muestras a fines de febrero y recuerdo que, en ese minuto, se comenzó a generar cierta histeria colectiva. Llegaron algunos casos con sintomatología respiratoria, a los cuales se les pidió muestra, los cuales dieron resultado negativo”1. En las semanas posteriores a la confirmación de la llegada del virus a territorio nacional, las imágenes de personas haciendo compras compulsivas de papel higiénico inundaron los noticiarios. Sin embargo, por el momento, es materia de debate si la población mundial ha experimentado histeria en masa durante la epidemia de Covid-19.

La histeria de masas, también llamada enfermedad psicógena masiva o comportamiento obsesivo colectivo ocurre cuando un grupo muy unido manifiesta colectivamente reacciones físicas severas a las amenazas percibidas. Las personas afectadas pueden llegar a presentar signos y síntomas físicos que sugieren la presencia de una enfermedad orgánica, tales como debilidad, dolores de cabeza o sensación de asfixia, que se transmiten a otras personas, pero sin que exista ninguna evidencia clínica o exámenes de laboratorio que den cuenta de una enfermedad. Es decir, la enfermedad psicógena masiva es una afección que comienza en la mente y no en el cuerpo, pero cuyos síntomas a menudo no son ilusorios sino muy reales.

Los hallazgos de la investigación en el campo de psicología de grupo, que sugieren que todos estamos bajo la influencia de la dinámica de grupo hasta cierto punto y, por lo tanto, nos resulta difícil evadir la histeria colectiva, han sido ampliamente difundidos. Lo que es menos conocido, sin embargo, es cómo el Estado influye en la histeria de masas y puede contribuir a su propagación. Precisamente esto exploraron los doctores Philipp Bagus, José Antonio Peña-Ramos y Antonio Sánchez-Bayón en su estudio publicado en la revista Environmental Research and Public Health2 .

Los autores provenientes de la Universidad Rey Juan Carlos de España y de la Universidad Autónoma de Chile,  desarrollan una economía política de histeria masiva, basada en el fenómeno psicológico bien establecido de la histeria de masas, pero aplicado a un contexto nuevo e innovador, para el que aún no existe literatura, planteando nuevas ideas y conocimientos que resultan relevantes en las actuales circunstancias globales.

La investigación analiza qué papel juega un Estado en la propagación del pánico colectivo, dependiendo de si es un Estado de bienestar con amplias competencias o un Estado constitucional liberal que se centra en la protección de los derechos de propiedad. Más específicamente, analiza cómo el sistema político puede influir en la probabilidad y propagación de la histeria masiva en un mundo digitalizado y globalizado, dónde nuestra tendencia biológica a reaccionar de forma exagerada, junto con los medios sociales y de masas que se benefician del pánico, hacen que la psicosis masiva sea probable y difícil de revertir.

Los resultados pueden sorprender, ya que los autores sugieren que “el Estado moderno influye en el desarrollo y la propagación de la histeria masiva» y «crea consecuencias negativas para la salud pública», lo que se contrapone al paradigma imperante en la actualidad, según el cual, una amplia acción e intervención de los gobiernos ayuda a mitigar las crisis.

Los investigadores argumentan que “las percepciones del riesgo pueden estar particularmente sesgadas cuando los riesgos se consideran injustos, incontrolables, desconocidos, atemorizantes y potencialmente catastróficos» agregan además que «la cobertura parcial de los medios, la información incompleta y asimétrica, las experiencias personales, los miedos, la incapacidad para comprender e interpretar las estadísticas y otros sesgos cognitivos» son factores que «conducen a juicios de riesgo distorsionados».

Por ejemplo «la gente ha estado extremadamente asustada a pesar del pequeño riesgo de muerte que realmente conlleva la enfermedad». Los autores señalan que si bien la predisposición del cerebro humano al sesgo de negatividad, que nos hace centrarnos en las noticias negativas y experimentar una pérdida de control, que puede causar angustia psicológica, la que a su vez puede convertirse en histeria y extenderse a un grupo más grande sin manipulación del Estado “es de interés de un gobierno enfatizar la vulnerabilidad de los ciudadanos a las amenazas externas e internas, porque la legitimidad y el poder del Estado descansan en la narrativa de que protege a sus ciudadanos contra tales peligros”.

La investigación desarrolla la idea de que tanto las instituciones estatales, como los políticos y los medios de comunicación politizados, han contribuido a intensificar el grado de histeria de la sociedad respecto al Covid-19. Una de sus principales conclusiones es “que el tamaño y el poder del Estado contribuyen positivamente a la probabilidad y extensión de la histeria masiva. Cuanto más centralizado y más poder tiene un Estado, mayor es la probabilidad y extensión de la histeria de masas” Ejemplificando que durante la crisis del Covid-19, los Estados utilizaron su poder coercitivo para hacer cumplir el aislamiento social, contribuyendo así a la ansiedad y la tensión psicológica, ambos ingredientes que estimulan la histeria de masas.

Por el contrario, señalan que “en un estado mínimo, existen mecanismos de autocorrección que limitan la histeria colectiva. La aplicación de los derechos de propiedad privada limita el daño infligido por quienes sucumben a la histeria”, es decir, en sociedades donde la intervención del gobierno se limita al mínimo “cualquier persona que sufra de histeria relacionada con la salud pública puede cerrar voluntariamente su negocio, usar una mascarilla o quedarse en casa, en un Estado mínimo, nadie puede usar la coerción para obligar a otros que están sanos y no sucumben a la histeria a cerrar actividades, usar mascarilla o ponerse en cuarentena. Una minoría puede simplemente ignorar el pánico colectivo y seguir viviendo sus vidas, porque son libres de hacerlo. Una minoría así puede ser un ejemplo y una llamada de atención para quienes sucumben a la histeria colectiva o están cerca de hacerlo”.

Si bien el sesgo de negatividad está presente en la mente humana y somos propensos al comportamiento de masas, la investigación señala que durante la pandemia los Estados y los errores políticos de los gobiernos exacerbaron en la ciudadanía la reacción desproporcionada y alimentada por el miedo, con graves consecuencias económicas, sociales, de salud mental y educativas, entre otras.  

Referencias

  1. https://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/chile/2021/03/03/histeria-previa-protagonistas-reviven-como-descubrieron-el-caso-cero-de-coronavirus-en-chile.shtml
  2. Philipp Bagus, José Antonio Peña-Ramos, y Antonio Sánchez-Bayón, «COVID-19 and the Political Economy of Mass Hysteria» International Journal of Environmental Research and Public Health 18, no. 4 (2021): 1376, https://doi.org/10.3390/ijerph18041376.
Menú
X