Unificación microbiana del mundo

Desde la antigüedad contamos con registros de pandemias como la de Atenas durante la Guerra del Peloponeso (430 años antes de nuestra era) que causó estragos en la ciudad y acabó con la vida de un tercio de los ciudadanos, entre los que se encontraba el propio Pericles. Con todo el dramatismo de los hechos, el área de acción de estas epidemias solía estar geográficamente acotado y es por ello por lo que su alcance no fue tan dramático como el de posteriores crisis. La ampliación del radio de influencia no se produjo en realidad hasta el siglo XIV, cuando se da inicio a lo que el historiador francés Leroy Ladurie denominó la unificación microbiana.

Dra. Inmaculada Simon Directora del Instituto de Estudios Sociales y Humanísticos (IdeSH), Universidad Autónoma de Chile

La más significativa de las epidemias que alcanzó dimensiones intercontinentales sería la de la peste de 1348, conocida como peste negra, que se prolongó hasta 1352 y segó la vida de millones de personas en Europa y Asia. Establecer cifras precisas para esa época es muy complejo. La demografía histórica suple con información extraída de diversas fuentes la falta de registros oficiales para contabilizar datos anteriores a la creación y sistematización de los registros civiles y los censos, que no comienzan a elaborarse de manera regular hasta el siglo XIX. Para etapas anteriores se hace necesario recurrir a crónicas, documentos militares y, en el mundo católico, a los registros parroquiales que, si bien proporcionan datos sólo aproximados, nos permiten apreciar el alcance geográfico y hacer cálculos para acercarnos a la gravedad de los hechos.

Al incremento del número de las víctimas y, sobre todo, de la ampliación de su área de influencia contribuyeron, sobre todo, los desplazamientos militares y de conquista, siendo los de Möngke Khan, sucesor de Gengis Kahn, unos de las más significativas puesto que puso en contacto Asia con Europa abriendo paso a la propagación de epidemias entre ambos continentes.

Detrás de las expediciones militares, que fueron responsables de más muertes debidas a propagación de enfermedades que las ocasionadas en el frente, llegaron los comerciantes, que aprovecharon las vías abiertas por las huestes militares contribuyendo con sus desplazamientos a regularizar el flujo del intercambio de microrganismos de manera sistemática.

Hasta bien entrado el siglo XVIII los conocimientos médicos distaban mucho de los hallazgos realizados por la microbiología y las epidemias llegaban acompañadas por un halo de misterio que solía ser, además, rentabilizado por los poderes militares, políticos y religiosos, que solían presentarlas, junto a otros fenómenos como plagas o terremotos, como castigos o demostraciones del favor divino, según los casos, para justificar conquistas y atraer devotos a sus filas.

Desde la antigüedad clásica, las explicaciones no mistéricas o divinas se centraban en las teorías miasmáticas que explicaban las enfermedades y las epidemias como fruto de inhalación de intangibles vapores que flotaban en ambientes malsanos.

Una mezcla de lo militar y religioso acompañó a las huestes de conquistadores que llegaron a América desde Europa portando una serie de virus y patologías para las que la población autóctona no estaba preparada y que por ello pagó un precio incalculable. Las cifras de víctimas mortales del sarampión, la viruela, la gripe o la escarlatina, enfermedades que ya no eran especialmente virulentas en la Europa del Renacimiento, vuelven a ser difusas pues carecemos de datos precisos.

Sherbourne Cook y Woodrow Borah, para el caso de los grandes imperios mesoamericanos, y Nathan Wachtel, para las civilizaciones andinas, han desarrollado investigación histórica en torno al tema estableciendo datos que han sido muy controvertidos y criticados enfrentando a “maximalistas” y “minimalistas” en cuanto a la cantidad de víctimas de las epidemias producidas por este primer contacto de la población autóctona con virus procedentes del viejo continente. Más allá de la investigación cuantitativa, la investigación cualitativa pone en evidencia el impacto de dicho encuentro y corrobora que fue un gran aliado involuntario de los conquistadores.

A pesar de los avances médicos y del creciente interés por la estadística, todavía resulta complicado para la historiografía aportar datos precisos sobre número de contagios, tanto por ocultamiento de las propias víctimas como por los gobiernos. Pareciera que la universalización de los virus ha sido más rápida que la de las conciencias y continuamos aferrándonos a intereses particulares, nacionalismos, oportunidades de negocio, etc.

Como señalan Medina, Becerra y Castaño en Prospectiva y política pública para el cambio estructural en América Latina y el Caribe, el Foro Económico Mundial señala que el carácter sistémico de los riesgos más significativos que nos acechan en la actualidad requiere que los enfrentemos con procedimientos e instituciones coordinados a nivel mundial, pero mostrando flexibilidad a la hora de aplicar las soluciones locales. Urge, por tanto, acabar con las visiones unilaterales y cortoplacistas y pensar y actuar de manera coordinada con enfoques de largo alcance.

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