Un reencuentro con la voz

Como humanidad estamos enfrentando un nuevo desafío. Esto no significará un quiebre en nuestra supervivencia, pero sí significa una fractura en nuestro estilo de vida. Es una fractura que ya lleva poco más de un mes asentándose en nuestro país y cuyo pronóstico de recuperación pareciera ser tan variado como las distintas notas que nuestra voz es capaz de producir. Esta «catástrofe» que estamos viviendo nos obliga a poner límites claros a todo aquello que represente una amenaza para nuestra salud. Y no tan sólo eso: también podría hacerlo frente a nuestra identidad.

Miguel Sepúlveda Contardo Carrera de Fonoaudiología, Universidad Autónoma de Chile

El filósofo italiano Franco Birardi, en un ensayo publicado en marzo de este año, habla sobre un «virus semiótico en la psicósfera que bloquea el funcionamiento de la máquina, ralentizando el movimiento de sus cuerpos hasta renunciar a la acción, nadando pasivamente ante un tiempo que retoma su flujo, pues rebelarse resulta inútil, así que detengámonos». Pareciera ser que el autor nos invita a resignificar lo que entendemos como «virus», tomando conciencia de las implicancias de esta ralentización temporal que tiende a la inacción.
A pesar de la contingencia, hemos logrado mantener nuestra voz activa no sólo en nuestras interacciones familiares, sino también sociales y/o laborales. La tecnología ha jugado un rol fundamental en esta situación como herramienta de comunicación para quienes hemos tenido la posibilidad de refugiarnos en casa. Y ante tal realidad, es probable que nos estemos reencontrando con una voz que ya habíamos olvidado, o quizás, que aún no conocíamos.

No sólo hablo de esa voz interior que nos ha estado convocando a la reflexión, a la pausa, a la paciencia o, incluso, a la tensión: hablo de la voz que es expresada, que se hace cuerpo extendido desde el nuestro. Una voz más allá del acto muscular que la subyace, más allá de la combinación necesaria entre presión de aire, movimiento laríngeo y resonancia acústica proyectada.

La voz que usamos para conversar, para convivir, para convencer, para consensuar, para alcanzar nuestros propósitos del día, está actualmente en tregua con la agitación diaria, con las exigencias del entorno y con los desgastes del ambiente, reduciendo sus demandas a lo meramente necesario y postergándose hasta que podamos reencontrarnos con esa vida exterior cuyo camino debimos desviar. Y cuando volvamos, podría estar lustrosa de tanto sosiego, inquieta de tantas ilusiones y encandilada por tantas opciones otrora restringidas.

Por lo mismo, no olvidemos un proverbio de Confucio: «Cuando la esencia no fluye, la energía se estanca». Como profesional de la salud y especialista en voz, invito a la comunidad a que no sea éste un momento en que la pausa extreme el relajo, pues al regreso, la ausencia de actividades que nos permitiera liberar una voz descansada puede significar en una oleada de molestias que nos impida desplegarlas nuevamente de manera satisfactoria.

La salud es más que ausencia de enfermedad: es bienestar transversal. Y una voz saludable no es sólo una voz sin preocupaciones ni dolencias, sino una capaz de estar preparada ante diferentes exigencias que se le presenten. Ejercitar la voz siempre es necesario, pero monitorearla a conciencia siempre será la primera defensa, pues significará una consulta oportuna que podría limitar al máximo las repercusiones de esta obligada «renuncia a la acción».

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