La incuestionable aceptación de «la pastilla»…hasta ahora

En medio de fuertes polémicas y los gritos de organizaciones sociales, políticas y religiosas, en 1957, la Food and Drug Administration (FDA) autorizó, por primera vez, en Estados Unidos (y el mundo) la venta de anticonceptivos hormonales orales como “remedio” para regular la menstruación. Tres años después, se otorgaban los permisos para vender la “píldora” explícitamente como anticonceptivo. Actualmente, se calcula que más de cien millones de mujeres en todo el mundo han tomado alguna vez anticonceptivos hormonales orales y su impacto en la sociedad global ha sido de tal magnitud que, hoy en día, basta decir “la píldora” para que todas entendamos inequívocamente que nos referimos a un anticonceptivo oral.

Dra. Rocío Angulo Iglesias. Investigadora Universidad Autónoma de Chile, Doctora en Psicología y máster en Neurociencias

Su aparición en el mercado ha supuesto un hito en la historia reciente de la humanidad. Como primer medicamento de uso prolongado dirigido a personas sanas, la píldora inauguró lo que los expertos han convenido en llamar proceso de medicalización [1]. Y, además, el feminismo de la denominada segunda ola, encabezado por la figura de Simone de Beauvoir, aceptó la píldora como un símbolo indiscutible del avance hacia la igualdad de género a través de la libertad sexual. Con ella, la mujer ganaba control sobre su propia vida, desligando la sexualidad de la procreación, hasta entonces privilegio exclusivo del hombre. Sin duda, toda una revolución en su contexto histórico pero hoy, quizás, debamos revisar nuestras actitudes respecto a este fármaco, especialmente desde el feminismo y la lucha por la igualdad.

No obstante, los nuevos tiempos exigen una revisión de esta idea, prácticamente incuestionable hasta ahora…

¿A cuántos efectos desconocidos nos estamos enfrentando cuando decidimos tomar la pastilla? Y, por otro lado, ¡estamos percibiendo correctamente los riesgos que sí están descritos?

En primer lugar, debemos considerar que los anticonceptivos hormonales no son inocuos. Prácticamente, desde los primeros ensayos con el fármaco, se sabe que incrementan de forma notable el riesgo de enfermedades cardiovasculares y de sufrir trombosis venosas y embolias, especialmente después de los 30 años. Estos riesgos se describen en los prospectos [2]  pero ¿son los únicos? Al parecer no. Recientes investigaciones relacionan fuertemente este tipo de anticonceptivos con patologías afectivas severas como la depresión, y la biomedicina descubre cada año nuevas interacciones entre los estrógenos y variables relevantes en el estrés, en el envejecimiento normal y patológico, etc. Nada de esto aparece en los prospectos. Entonces, ¿a cuántos efectos desconocidos nos estamos enfrentando cuando decidimos tomar la pastilla? Y, por otro lado, ¿estamos percibiendo correctamente los riesgos que sí están descritos? Hace ya décadas que la psicología experimental nos dice que las personas tendemos a subestimar o, directamente, filtrar las informaciones que colisionan con nuestros intereses o creencias y, en este caso, los efectos adversos están, además, escritos en una letra demasiado pequeña.

Casi 60 años después de la legalización de la píldora, seguimos en medio de un fuego cruzado de intereses económicos, morales y éticos pero, por sobre todo, seguimos desinformadas y con la responsabilidad de la reproducción en nuestras manos. Evitamos el embarazo pero ¿a qué precio? ¿Por qué debemos pagarlo nosotras? ¿De verdad nos acerca esta pastilla a la libertad y la igualdad?

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