Día mundial de los océanos

Cada 8 de junio, y a instancias de una resolución de la Organización de las Naciones Unidas se celebra el Día Mundial de los Océanos. Este año, enturbiado por la pandemia del COVID-19, lleva el eslogan «Nuestro océano es nuestro futuro». Este eslogan es apropiado en el periodo actual, ya que los océanos son la mayor fuente de productos farmacológicos y proteína animal, para cerca de la mitad de la población mundial. Así, ante los grandes retos que vivimos en la actualidad, estos servicios que proporcionan los Océanos están más que justificados para proteger, conservar, y al menos, dedicar un día de los 365 del año.

Dr. José Carlos Báez. Investigador del Instituto Español de Oceanografía e investigador asociado de la Universidad Autónoma de Chile
Parafraseando una de las frases más célebres de John Fitzgerald Kennedy: «No te preguntes qué pueden hacer los océanos por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por los océanos». ¿Y qué podemos hacer por los Océanos?, para responder a esta cuestión, hay que considerar las principales amenazas que tienen en la actualidad. Estas amenazas son todas debido a la actividad humana, entre las que destacan la contaminación por residuos y la emisión de dióxido de carbono (CO2), por la quema de combustible fósiles.  

Los residuos sólidos como plásticos contaminan el mar, y son ingeridos por error por mucha de la fauna marina. Además, debido a las condiciones ambientales, los plásticos expuestos son degradados a la fracción de residuos sólidos, a la que se ha denominado microplásticos. Éstos se introducen en la cadena trófica y son altamente nocivos. Los residuos químicos que se vierten al mar a través también producen graves daños a los ecosistemas marinos.  

Sin duda, es la quema de combustibles fósiles y las emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, la principal amenaza de los océanos, debido a sus efectos tanto en el calentamiento global, cómo en la acidificación de los mares. Actualmente es bien conocido el llamado «efecto invernadero», que se amplifica por la acumulación de gases de efecto invernadero, como el CO2. Esto a su vez provoca un desequilibrio en el balance energético de la Tierra, que conlleva al calentamiento de la atmósfera. Además, parte de esta radiación absorbida por los gases de efecto invernadero, acaba acumulada en los océanos. Existe una interacción Atmósfera-Océano que regula el clima del planeta, este desajuste en el balance energético de la Tierra conlleva a un cambio del clima a nivel global, y al incremento de las temperaturas superficiales del mar.  No obstante, ha habido otros calentamientos globales con anterioridad e incluso mayores.  

El principal problema del calentamiento actual es la rapidez a la que se está produciendo. Así, durante el calentamiento del Cretácico se incrementó la temperatura en torno a 0,000025 ºC por siglo, y durante el máximo térmico Paleoceno-Eoceno 0,025 ºC por siglo, frente a 1 ºC por siglo del calentamiento global actual. De hecho, el volumen de la banquisa polar se está reduciendo a un ritmo mucho mayor del predicho en los modelos. Durante los calentamientos globales anteriores, los organismos dispusieron de tiempo de adaptarse a las nuevas condiciones o migrar a otros lugares, no obstante, muchos se extinguieron. Pero a la velocidad del calentamiento global actual los organismos no dispondrán de tiempo.  

Independientemente del efecto del dióxido de carbono de la atmósfera y en el clima, este reacciona con el agua, formando acido carbónico lo que incrementa la acidificación de los océanos, y a medio plazo produce una disminución de la concentración de oxígeno. El incremento de la acidificación de los océanos afecta especialmente a todos los organismos con estructuras calcáreas, cómo por ejemplo corales y moluscos, entre otros. Además, las larvas de los peces son fisiológicamente sensibles a los cambios en la acidificación del medio, por lo que un incremento podría producir elevadas mortalidades de larvas, afectando al reclutamiento, y a las generaciones siguientes de peces en las pesquerías, lo que podría afectar la seguridad alimentaria a escala global.  

Estos efectos en los océanos, sumandos a los riesgos para la seguridad alimentaria justificarían, por sí solos, una política global encaminada a la reducción en las emisiones de dióxido de carbono a escala global. Sin embargo, la quema de combustibles fósiles está íntimamente ligada a los patrones de producción económica e industrial de muchos países. De tal manera que una reducción de la emisión de CO2 conllevaría, en los patrones de producción económica actual, un receso de la economía. Estos efectos negativos en la economía es lo que desalienta a los políticos, por el desgaste que supone a corto plazo, para implementar medidas de calado que reduzcan las emisiones de CO2.  

Por otra parte, los políticos y economistas esgrimen la incertidumbre de los modelos climáticos, y el debate existente entre los científicos, cómo excusa para retrasar y dilatar la implementación de las medidas necesarias, para la disminución de las emisiones de dióxido de carbono. Sin embargo, no justifican la pasividad de los políticos y gestores sociales, ya que precisamente debido a los procesos de retroalimentación de la Tierra, cuando los efectos del cambio climático sean evidentes, ya no se podrán parar.  

Aún tenemos mucho margen para reaccionar, y mantener la salud de nuestros océanos. ¿Cómo?, pues mediante la sencilla regla de las tres “R”: 1) Reducir el consumo, 2) Reutilizar y 3) Reciclar. Reducir el consumo, implica reducir la huella de carbono. Si somos capaces de no renovar el Smartphone constantemente, o comprar ropa nueva todas las temporadas, etc. estaremos disminuyendo nuestra huella. Para reducir el consumo, un paso importante es reutilizar los objetos, antes de tirarlo debemos plantearnos sí podría tener otro uso. En general, como sociedad global, hemos perdido la idea de nuestros abuelos de conservar y guardarlo todo.
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