¿A qué estamos dispuestos con la conmemoración de los 500 años de la aparición del estrecho de Magallanes?

Octubre de 1520. Después de un año de navegación, e instalados en el extremo sur de América, el capitán Fernando de Magallanes y su tripulación hallaron el estrecho que durante meses persiguieron, esto luego de una serie de abandonos, revueltas y un clima de desconfianza que reinó desde el comienzo de la expedición que zarpó desde España en septiembre de 1519.

Dr. Mauricio Onetto. Investigador y académico

El “descubrimiento” del estrecho de Magallanes permitió que las rutas marítimas se conectaran en tu totalidad y dio paso a que se completara la primera circunnavegación al globo. Con el hallazgo de este pasaje se abrió un nuevo episodio en la historia de la humanidad: la de un mundo finito, medible en todas sus latitudes y longitudes, tal como lo conocemos en el presente. Se podría decir que desde la travesía se establecieron nuevas referencias para definir al planeta en su dimensión científica, en donde confluyeron distintos ámbitos y escalas que no estaban conectados y que desde ese entonces comenzaron a operar planetariamente. Sin duda, este proceso tiene su propia historicidad, la que está asociada con la aparición de América en 1492 y a una serie de discusiones eruditas desarrolladas durante las dos primeras décadas del siglo XVI. No obstante, fueron la apertura del Estrecho y su consecuencia directa, la circunnavegación, lo que permitió esta suerte de revolución espacial y que floreciera un cuestionamiento abierto a los postulados y saberes proporcionados por la antigüedad y reformulados durante la Edad Media.

A diferencia de Colón, Magallanes era consciente de que en el extremo sur de América podía existir un pasaje hacia Oriente, al menos así se lo manifestó al Rey cuando solicitó el permiso para su “descubrimiento”, algo que quedó registrado en múltiples documentos. Sin embargo, esta conciencia sólo se asoció a la certeza de un paso y a la de una nueva red de comercio a través de este camino. De hecho, las fuentes revelan que ninguna de las partes tuvo conciencia de que este “descubrimiento” cambiaría definitivamente la manera de observar y percibir el mundo.

Ahora bien, no deja de llamar la atención la gran cantidad de elementos que compusieron la conciencia del navegante y de quienes lo acompañaron: una mezcla entre osadía de enfrentar lo desconocido –de encontrar nuevos límites– y las ansias de poseer, controlar, enriquecerse y poner en relación tierras lejanas, sus materias primas y personas. En efecto, la empresa de Magallanes estuvo basada en datos que para la época eran solo rumores, cálculos aún no comprobados, un proyecto estructurado en la incertidumbre, en el riesgo, en pistas imaginarias, en incógnitas.

Podríamos seguir enumerando más razones de por qué fueron tan importantes el descubrimiento del estrecho de Magallanes y la primera vuelta al mundo; también podríamos seguir embobándonos con las características de los aventureros y los escollos que superaron, los que opacarían cualquier performance de un “emprendedor” de hoy en día. Pero ya habrá tiempo para eso, puesto que las múltiples actividades que se realizarán alrededor del globo no escatimarán en ello. Lo que nos interesa plantear en esta columna, teniendo en cuenta los antecedentes históricos ya mencionados, es una serie de interrogantes relacionadas a cómo Chile se posicionará ante estos antecedentes, es decir, a los argumentos y definiciones que se abordarán en las conmemoraciones que comenzarán prontamente en torno a los 500 años del descubrimiento del estrecho de Magallanes.

El “descubrimiento” del estrecho de Magallanes permitió que las rutas marítimas se conectaran en tu totalidad y dio paso a que se completara la primera circunnavegación al globo. Con el hallazgo de este pasaje se abrió un nuevo episodio en la historia de la humanidad

En este sentido, cabría preguntarse algunas cosas como: ¿qué es lo que conmemoraremos desde Chile?, ¿los 500 años del descubrimiento del estrecho de Magallanes o de la primera circunnavegación al planeta? O: ¿en base a qué evidencias o datos históricos se construirán los discursos que guiarán estas celebraciones? Esto, si se sabe que las investigaciones históricas sobre el tema, al menos las que vinculan a Chile dentro del proceso global, son pocas en proporción a la importancia descrita y han sido hechas casi todas por la misma persona (si no fuera por Mateo Martinic no podríamos ni siquiera estar hablando de todo esto). También podríamos preguntarnos: ¿cuáles son las razones que han movilizado al Ejecutivo a conformar una comisión oficial (véase CVE 1569483) e invertir tanto dinero en proyectos de diferentes áreas, tanto del conocimiento como artísticas? ¿Qué tópico han encontrado las autoridades, científicos y artistas en este doble hito que los ha movilizado activamente a querer ser protagonistas? Las respuestas a estas cuestiones han sido respondidas en los últimos meses, directa e indirectamente, por todas y todos los involucrados desde los distintos planos de acción de cada uno.

Dentro de las respuestas, a modo general, hallamos entremezclados una serie discursos políticos de “corte global” que están en boga en la actualidad y que son próximos a los desafíos ambientales y de “sustentabilidad” propuestos por las grandes organizaciones para el planeta; también observamos otros discursos más “científicos” relacionados con los límites del Universo y la oportunidad de reflexionar desde este hito sobre ello. Otra parte se apoya en algunas ideas más bien presuntuosas que exponen que gracias a este hito las miradas del mundo estarán en Chile. También existen visiones que han buscado cuestionar la “celebración” por medio de una reivindicación sobre quiénes deberían ser los verdaderos protagonistas de toda esta vorágine conmemorativa. Para estos casos se impone una mirada identitaria y localista que busca superponer a la gesta de Magallanes y Elcano problemáticas históricas no resueltas, tales como el sufrimiento de los pueblos originarios, o ideas más esencialistas como la construcción de un carácter particular de los habitantes de la zona gracias a la excepcionalidad geográfica que tendría la región.

No deja de llamar la atención que en todas estas respuestas vemos una trasposición de tiempos –años y siglos–, hechos, actores y espacios que generan confusión y que diluyen el sentido final de lo conmemorado. Sin duda, la falta de información y reflexión sobre la historia de la zona que hemos acusado, como también la poca interacción entre las diversas disciplinas del conocimiento, no ha permitido que esto sea diferente –más allá de los esfuerzos recientes en la Región Magallánica de crear algunos programas académicos interdisciplinarios, probablemente, empujados por la conmemoración o por el impulso potente que en términos internacionales y científicos ha supuesto la Antártica–.

Podríamos dar nombres y detenernos en discutir una por una estas ideas o confrontar los pensamientos, intereses y/o las sensibilidades que cada grupo propone. Sin embargo, esto sería un interminable “ir y venir” de culpas y disculpas que no servirían para avanzar ni entender las inquietudes que nos interesa subrayar y compartir aquí desde un punto de vista histórico. Lo primero que habría que preguntarse es: ¿qué haremos con el Estrecho una vez que concluya la seguidilla de conmemoraciones? ¿Qué rol desde hoy en adelante le daremos al estrecho de Magallanes en nuestra historia? Con esto nos referimos a cosas concretas, como por ejemplo al aprendizaje histórico sobre el Estrecho en los colegios de Arica a Punta Arenas. Nuestros niños terminan sus estudios con más datos sobre la historia de Roma y Grecia que sobre este lugar. En efecto, ¿nuestros niños saben dónde se ubica el estrecho de Magallanes?

También valdría preguntarse: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar con las reflexiones y conexiones que buscamos hacer entre el estrecho de Magallanes, la circunnavegación y las temporalidades en juego? ¿Estamos dispuestos a aceptar que el Estrecho era el principal botín que querían los conquistadores y que el territorio conocido como Chile no era más que un “primer eslabón” para llegar a él, como lo demuestran los manuscritos e imágenes de la época y los estudios serios que trabajan en ello? En otras palabras, ¿estamos dispuestos a replantear los orígenes de nuestra historia que nos traspasaron los historiadores republicanos del siglo XIX y aceptar que, probablemente, haya que volcar la mirada en dirección a Asia o hacia el norte de América para entender mejor la configuración político-territorial de Chile en el siglo XVI? O más simple, ¿estamos dispuestos a rehacer el relato que nos enseñaron de memoria y acercarnos más a lo que realmente ocurría en aquellos años, por supuesto, sacrificando parte de nuestras tradiciones?

Falta poco para que empiecen las ceremonias en Chile sobre este tema y todo indica que las cosas seguirán igual: el hito pasará a ser otro corte de cinta más en el que cada sector sacará el provecho correspondiente a su interés. No obstante, aún estamos a tiempo de dar un “golpe de timón”, a empaparnos del espíritu de Magallanes y tomar ciertos riesgos que nos inviten a ir “más allá” y “más adelante”, como se decía para la época; aún tenemos la oportunidad de tomar el riesgo de aceptar que, probablemente, nuestro origen es más extremo de lo que pensamos y está conectado con historicidades de otras latitudes, con otras culturas que creemos lejanas a la nuestra, como la asiática o africana. Replanteemos nuestro origen, transformémoslo en múltiple, diverso, en global. Evitemos que el fascismo histórico impuesto por los “impostores del secreto” y del “Frías Valenzuela” sigan diseñando como un producto caducado nuestra historia, sobre todo si hay en el país suficientes historiadoras e historiadores bien formados que hacen historia de manera muy seria. Aprovechemos las ricas fuentes que existen sobre el tema del “descubrimiento” y que son de acceso público en los diversos catálogos online en el mundo. Encontremos una ruta para mantener la ilusión que provoca el tema, que a muchos hace soñar como niños –por ser una travesía en el mar– y a otros nos da pistas, señales, de cómo se construyó el mundo moderno.

Columna publicada enEl Mostrador

 

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